El día 4 de diciembre salió un artículo en el IDEAL en su edición de Almería que llamó mi atención, en su sección VIVIR y escrito por José María Romera que voy a reproducir ya que no existe posibilidad de poner un enlace.
EL ASCENSO DEL TREPADOR
¿De cuantas infamias se compone el éxito?, se preguntaba Balzac. Existe una ambición sana que empuja a la superación, al esfuerzo y a la búsqueda de la excelencia, pero a su lado está la ambición mezquina de quién sólo aspira a ascender en la escala social o la profesional sin reparar en los medios empleados para ello.
Desgraciadamente, la segunda tiende a imponerse sobre la primera hasta el punto que el propio término «ambición» se ha alejado de su sentido originario. En latín «ambitio» designaba simplemente las gestiones que debían hacer los candidatos para conseguir el voto por vías legítimas (en oposición a «ambitus«, que eran las intrigas y las conspiraciones fraudulentas). Hoy carga con toda clase de connotaciones peyorativas.
La figura que mejor encarna el concepto negativo de la ambición es el trepador: la persona que pone toda su atención e invierte todas sus energías en alcanzar puestos mas altos dejando de lado los principios morales y saltándose todas las reglas del juego. La literatura y el cine han recreado con frecuencia el tipo de trepador, de innegable atractivo literario por cuanto representa una forma especial de maldad bastante extendida en muchas colectividades humanas.
Es la del parásito sin escrúpulos, dispuesto a saltar por encima de cualquiera con tal de conseguir su propósito, con el pensamiento focalizado en la única meta de su beneficio personal.
En su película «El apartamento» muestra Billy Wilder el personaje de Bud Baxter, empleado de una importante empresa de seguros, quién vive pendiente de que sus superiores le recomienden para un ascenso en la casa. Para ello trata de complacerlos a toda costa, prestándoles las llaves de su apartamento para sus devaneos amorosos. Odioso y a la vez entrañable, cegado por la ambición pero también víctima del abuso de unos jefes a quienes es incapaz de enfrentarse, Baxter encarna una de las dimensiones más características el trepador: la del adulador servil deseoso de agradar a aquellos de quienes espera obtener la recompensa correspondiente.
Pero el trepador mas aquilatado, el arribista perfecto, no se limita a hacer carrera por su cuenta como el desdichado de Baxter. Compromete también a la gente que le rodea, y en especial a los compañeros de trabajo en quienes ve en una doble condición: la de rivales y la de instrumentos.

Por una parte, teme que sean ellos quienes obtengan el puesto o rango al que están aspirando a encaramarse. Por otra, los utiliza en su propio provecho.
De ahí que el trepa tenga que mantenerse en constante estado de vigilancia, atento a cortar las situaciones en donde los otros puedan hacerle sombra pero al mismo tiempo preparado para adjudicarse méritos ajenos que sirvan a sus fines.
SIGILOSO
El parasitismo del trepador es sigiloso. Pocas veces el «trepa» muestra sus cartas, y a menudo no es posible reconocerlo hasta que no ha acabado su labor, dejando unos cuantos «cadáveres» en el camino. Son especialmente difíciles de detectar en los grupos ó empresas grandes, donde las relaciones son más distantes. Pese a ello, hay una serie de rasgos más o menos comunes que los delatan y permiten ponerse en guardia ante su presencia.
Aparte de atribuirse los éxitos de los demás – destreza de mucho y difícil mérito pero en la que se muestran como auténticos maestros-, los arribistas son poco colaboradores, tienden a aguardar el momento en que un trabajo entra en la fase de resultados para involucrarse en él, en un alarde de economía de esfuerzos.
Tampoco el «trepa» es muy dado a compartir información, ya que la cicatería y el secreto son condiciones sine qua non para poder medrar sin miedo a que los otros tomen la delantera.
El buen trepador sabe utilizar a los demás en beneficio propio, pero nunca reconociendo el valor o el esfuerzo ajenos. Para sacar los máximos frutos de este comportamiento es preciso arrimarse a los mejores; en este sentido la táctica del arribista se ha de mover entre la simulación de la amistad y la colaboración y el uso bien dosificado de la descalificación.
Los trepadores adulan y desautorizan según circunstancias, según personas y según los réditos que una u otra acción vaya a reportarles.
El trepador no conoce las relaciones desinteresadas, la lealtad, el compañerismo ni el respeto a la labor del otro: tan solo ve en cuanto le rodea una oportunidad para el ascenso.
Pero el trepa también sabe hacerse el simpático. Su estrategia necesita que los demás confíen en él y bajen la guardia. Por eso suele poseer habilidades sociales, ser lo suficientemente camaleónico para adoptar ante cada persona la apariencia que inspire mayor confianza.
El trepa no tiene por que ser un vago o un mal profesional. Como las plantas trepadoras -de ahí su denominación- es fuerte y a la vez flexible, con una enorme capacidad de adaptación al terreno.
¿Egoismo, individualismo, narcisismo, afán inmoderado de dominio?. De todo un poco. En el fondo, como ya advertía Adler, la ambición esconde profundos sentimientos de inseguridad y de inferioridad.
Pero eso no significa que ante el trepador haya que actuar con lástima: Antes al contrario, cuando se detecta la presencia de un «parvenu» de pocos escrúpulos la medida más inteligente es de plantarle cara de inmediato y hacerle respetar las reglas antes de que empiece a saltárselas, tome velocidad y ya no haya forma de pararle los pies.
Que cada uno saque sus conclusiones, salud